Carta a mi mejor versión

Mi bebé cumple un año y yo también.
Ojalá leas esto cada noche —victoriosa o abatida— sabiendo que lo lograste.

Hoy tu hijo cumple un año. Lo pariste como una campeona. ¿Te acordás? Te presionaron tanto, te dijeron tantas veces que no ibas a poder, que ibas a pedir “gritando” la anestesia… Te contaron los días y las horas. Te amenazaron con las fechas. Y, aun así, confiaste. Te entregaste: a tu bebé, a Dios, a la sabiduría de tu cuerpo.

Hace exactamente un año, a las seis de la mañana, te despertaba la primera contracción. ¿Será? Y era. Te metiste en la bañera. Vocalizaste y cantaste mantras. Tu marido y tu mamá estuvieron al pie del cañón. Tomaste agua, Gatorade y comiste arroz. Te moviste con la pelota y en el piso. Te pusiste calor, caminaste y descansaste en cuclillas. Tu papá te vino a buscar y fuiste todo el viaje en cuatro patas para sobrellevar el dolor. En la sala de espera te concentraste tanto para no cortar el trabajo de parto. Y lo lograste. 8 cm. Grosa.

Te moviste, trataste, te acomodaste, gritaste. Gritaste tanto que todos supieron exactamente que en el tercer pujo, a las 20:53, vino Río. Reptó hasta vos y se prendió a la teta. Cansada, alumbraste la placenta. Costó un montón. Pero pudiste, y también pudiste hacer caso omiso a las caras extrañadas cuando dijiste que la placenta se iba con vos a casa.

Desde el momento cero seguiste tu instinto. “¿Por qué no lo dejás un rato en la cuna?”, te retaron. Aun así, vos sabías que tenía que dormir en tu pecho desde el primer día en la clínica. Llegaste a casa y te fundiste con él. La rompiste, hermana. Colechaste intuitivamente, amamantaste a libre demanda. Hiciste todas las siestas que se te dieron la gana, abrazaditos. Lo miraste en el preciso momento en que se descubrió las manos, cuando roló por primera vez, cuando se paró, cuando dio sus primeros pasos. No te perdiste nada.

Y me olvidaba: seguiste adelante aun con un dolor insoportable (del que te iban a hacer sentir culpable), para luego de muchas consultas enterarte de que en realidad te habían atrapado un nervio cuando cosieron el desgarro. Con un bebé de cuatro meses, tuviste una cirugía. Te la bancaste sin calmantes. Apenas te despertaste, fuiste a amamantar a tu bebé.

En el medio, tu marido cambió de trabajo y vino el gran desafío. Muchas horas sola. No te voy a mentir: fue durísimo. Colapsamos casi todos los días. Lloraste mucho. Sentiste que la soledad te calaba los huesos. Te abrazaste igual. Sobreviviste un día a la vez.

Y vino la rebeldía, necesaria. Entendiste que para ser la mamá que querías ser, tenías que cortar tu propio cordón umbilical. Aceptar que la familia de la que venís no es la familia que formaste. Con el corazón un poco roto y cansada, pusiste la otra mejilla. Elegiste el amor. Aceptaste lo que es, lo que fue y lo que nunca será.

No te voy a mentir: un poco en el pozo seguís y seguirás. Pero es el pozo más lindo de tu vida. El pozo donde te encontrás. Donde los puntos se unen. El pozo en que todo cobra sentido.

Quizás nadie te celebre ni tenga la más mínima idea de lo que significa el inmenso trabajo que estás haciendo. Celebrate vos. These are the wonder years, baby. Brindo por vos también.

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