Si alguna vez tomaste una clase conmigo, sabrás que me obsesionan los nombres. Y es que, como estudiante, siempre fui invisible.
Un día, como siempre, volví del colegio llorando. Cuando mi mamá me preguntó por qué, le dije que los profesores no sabían mi nombre.
¡Y hay que olvidarse de mi nombre, eh! 😂
Llegué a tener al mismo profesor seis años sin que supiera mi nombre. Más de una vez me pusieron la nota equivocada por confundirme con otra persona.
En otra ocasión, estaba sentada haciendo un trabajo práctico y el profesor se acercó a preguntarme qué hacía ahí, de qué curso era… Estábamos en septiembre, y él no sabía que yo era parte del curso.
Así, mil veces. Cada día, cada año, me fui acostumbrando a no existir.
Mi mamá ❤️, que me abrazó cada día de esos en los que volvía llorando, lo solucionó fácil. Me hizo un cartelito con mi nombre para que nunca nadie más se olvidara quién soy 👊.
Obviamente, el resultado no fue el esperado 🙄. Al otro día fui feliz con mi cartelito en el pecho, pero todos se rieron de mí. No me importó, yo sabía quién era. Nadie me iba a pasar por encima de nuevo, porque había aprendido a que mi nombre fuera mucho más que una palabra…
Hoy, como docente, el nombre es vital para mí. En el aula, en el gimnasio, en el edificio donde vivo, trato de que todos sientan que “existen”, que alguien los ve.
Cuando trabajo en grupos, me aprendo desde el primer día el nombre de todos los míos y los de al lado, por si algún día falta otra profe. Me aterra la idea de hacer sentir a alguien como a mí me hicieron sentir toda la vida.
No es coincidencia que “Lucero” signifique estrella y que hoy mi proyecto se llame Lucerito’s, en honor a todos los “invisibles” que, a nuestro modo, hacemos ruido.
¡Vivan los nombres! ❤️
Prueba